martes, 17 de marzo de 2015

“Vi a mi hija caer”: las balas perdidas horrorizan a Río

“Vi a mi hija caer”: las balas perdidas horrorizan a Río


la brasileña Milene Carvalho llora al recordar a su hija de 4 años, muerta por una bala perdida en Río de Janeiro.
Milene Carvalho recuerda a su hija de 4 años, muerta por una bala perdida en Río, y reflexiona: "Si viviésemos en otro lugar...".

Milene Carvalho sintió su teléfono llamar y al responder reconoció la voz de su marido. La invitaba a salir con amigos ese viernes de enero. Su hija Larissa, de 4 años, vendría con ella.
Carvalho dudó por razones laborales, pero finalmente aceptó sumarse con la pequeña, ante la insistencia de su esposo y de una amiga. Querían pasar un buen momento tras una semana de trabajo en Río de Janeiro.
Iban otras parejas, una mujer embarazada, otra niña. En total eran una decena de personas.
Eligieron un restaurante que por fuera luce un amarillo reminiscente de la camiseta de Brasil y carteles con promociones de platos. Queda en una esquina de Bangú, un barrio popular de la zona oeste de Río.


En las casi dos horas que estuvieron allí dentro, la pequeña Larissa jugó, bailó, sacó fotos del grupo. También se tomó selfies, una novedad que “adoraba”, recuerda Carvalho.
“Mi hija siempre fue muy alegre”, dice esta carioca de 30 años a BBC Mundo. “No había a quién no le gustase”.
Esos fueron los últimos momentos en que Carvalho la vería con vida. Una bala estaba a punto de perforar la cabeza de Larissa. No iba dirigida a ella, pero le tocó.
El azar de las “balas perdidas” volvía a asomar, macabro, en una ciudad que se apresta a recibir los Juegos Olímpicos 2016.

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Lo que ocurrió con Larissa esa madrugada del 17 de enero es un drama frecuente en Río y todo Brasil, el segundo país latinoamericano con más incidentes reportados de balas perdidas (detrás de Venezuela) según un informe de la ONU divulgado en junio.

Policías vigilan fuertemente armados en una favela de Brasil.
Los expertos atribuyen los incidentes de balas perdidas en Río al aumento de tiroteos entre policías y criminales o entre bandas de narcos.

Al día siguiente del balazo a Larissa, otro niño, esta vez de 9 años, recibió un tiro anónimo y mortal en la cabeza cuando jugaba en un club de Honorio Gurgel, barrio de zona norte de la cidade maravilhosa.
En lo que va de este año se han reportado en la prensa local 44 muertos o heridos por balas perdidas en Río, lo que señala el resurgimiento de un problema que parecía disminuir.
En todo 2011 hubo 81 víctimas de este fenómeno en el estado, un mínimo desde que comenzaron a llevarse registros en 2008. Pero en 2013, último año sobre el que se conocen cifras oficiales, aumentaron a 111.
“A partir del segundo semestre de 2014 aparentemente hubo un aumento (de casos) y en estos primeros meses de 2015 ciertamente sí”, afirma João Trajano, coordinador del Laboratorio de Análisis de la Violencia en la Universidad Estatal de Río de Janeiro.
Trajano dice a BBC Mundo que el fenómeno parece “un síntoma del recrudecimiento de los enfrentamientos armados entre policías y criminales, o entre facciones criminales”.
Niños y adultos inocentes suelen quedar atrapadas en medio de esos tiroteos.
Aunque buena parte de los casos ocurren en barrios populares o pobres de la ciudad, también los hay en zonas más acomodadas y famosas.
El 24 de febrero, una joven fue baleada en una pierna mientras caminaba por una de las principales avenidas del turístico barrio de Copacabana, sin saber de dónde partió el tiro.
Tres días después, otra niña de unos 3 años resultó herida por una bala perdida que se alojó en su columna cuando estaba en la puerta de su casa en la más popular zona norte.
El sábado, en esa región de Río, una mujer de 63 años con discapacidad visual que también estaba en la puerta de su casa fue alcanzada por una bala cuando ocurrió un tiroteo en un morro cercano. Fue internada en un hospital, pero murió poco después.
El domingo llegó al mismo hospital un niño de 10 años herido en el abdomen por una bala perdida cuando jugaba con una cometa en la terraza de su casa, también en la zona norte de Río. Fue operado y trasladado a un hospital pediátrico, pero permanecía en estado grave.

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Carvalho y Larissa salieron juntas del restaurante aquella noche. La madre recuerda que de pronto la pequeña corrió unos metros hacia delante. Su padrastro y un primo la tomaron rápidamente de la mano.

Armas y municiones incautadas en las favelas del Complexo do Alemão, en Río de Janeiro.
La policía de Río aumentó las incautaciones de fusiles este año, pero eso parece lejos de detener la violencia.

Aguardaron el paso un auto para cruzar la calle. Carvalho recuerda que el vehículo iba muy lento. En esa espera fútil se desencadenó la tragedia.
“No oí ningún ruido, no vi sangre ni nada. Sólo vi a mi hija caer, sus piernas blandas. Su cuello giró. Sus ojitos también giraron”, relata Carvalho.
Ella ignoraba aún qué ocurría. Ni siquiera pensó que fuera algo grave. Pero dice que quedó paralizada ante la escena.
Larissa fue socorrida por alguien que se identificó como un bombero y la trasladó de apuro al hospital más próximo.
“Dentro del auto, ella estaba con la cabecita hacia mi lado y sentí su sangre caer en mí. Ahí tuve noción de la gravedad”, evoca.
Horas más tarde, los médicos declararon la muerte cerebral de Larissa. Sus padres decidieron donar sus órganos.
La policía cree que la bala cayó desde lo alto, posiblemente el retorno de un tiro al aire disparado a unas dos cuadras de distancia.
Más de 50 días después, los investigadores de homicidios de la Policía Civil de Río aún aguardan los resultados de pericias técnicas y escuchan testimonios, informa a BBC Mundo el servicio de prensa de la unidad.
Nadie ha sido responsabilizado por el crimen hasta ahora.

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El fenómeno de las balas perdidas de Río es quizá la peor cara de la violencia en una ciudad que en los últimos dos años vio crecer los homicidios y muertes en acciones policiales.
Las autoridades están preocupadas por lo que parece ser un aumento de la circulación de armas de alto poder de fuego en la ciudad.
Sólo en los dos primeros meses del año la policía de Río incautó 89 fusiles, el doble que en el mismo período de 2014.
En un intento de responder al fenómeno, la secretaría estatal de Seguridad de Río anunció la semana pasada la creación de un grupo especializado en el combate al tráfico ilícito de armas.

Un hombre sostiene un revólver junto a un cartel en el primer día de una campaña de desarme en Brasil.
Gran parte de las armas que circulan en Río son de origen legal, advierten expertos.

Trajano observa que “sería muy importante” atacar ese flagelo que Río arrastra desde hace 20 años, pero advierte que eso sólo aborda parcialmente la cuestión.
“El problema”, señala, “es que buena parte de las armas que circulan en Río de Janeiro tiene origen legal”.
La policía descartó en sus primeras pericias que la bala que mató a Larissa haya sido disparada con un fusil.

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Carvalho ha evitado hasta ahora regresar al hogar donde vivía con su única hija.
Está alojada en la casa de unos parientes, donde recibe a miembros de Río de Paz, una ONG que lucha contra la violencia. Les cuenta que aún busca recuperarse, volver a su trabajo en una tienda de fotos.
Pero se le hace difícil.
“¿Para qué voy a trabajar si no tengo más a mi hija para comprarle sus cositas, pagar su escuela?”, pregunta entre lágrimas. “No tiene sentido. ¿Trabajar para qué? ¿Continuar para qué?”.
También piensa que las cosas podían haber sido de otro modo.
“Tal vez si viviésemos en otro lugar, si tuviésemos más poder adquisitivo o si viviésemos en España”, imagina, “esto no habría ocurrido”.

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