Parir cuatrillizos en un campo de refugiados: entre la aventura y la tragedia
En enero de 2013, Massaya Ag Iliyass, un granjero de la región de Mole, en el centro de Mali, y su mujer, Taghri Walet Tokeye, reunieron a sus seis hijos y huyeron.
Tres de los niños podían caminar, los otros tres tenían que ser cargados. Un amigo les prestó un burro y los más pequeños se turnaron durante el viaje para ir a su lomo.
La familia caminó por cinco días y cinco noches. "Fue un camino largo que nos dejó exhaustos, teníamos que andar lentamente para no agotarlos, y descansamos lo que pudimos", dice Massaya.
La mitad del pueblo se fue por aquellos días. "No había comida, todas las tiendas y los mercados estaban vacíos", recuerda Taghri.
Pero ellos huían de los soldados y de los rebeldes Tuareg. "Entre ellos hay mucha gente mala, que roba y ataca a la gente, si quieren uno de tus animales y se los niegas, pueden matarte", añade ella.
Su destino era Mbera, un campo de refugiados ubicado del otro lado de la frontera, en Mauritania. El mes que llegaron, otros 15.000 refugiados llegaron con ellos.
Los primeros días fueron difíciles. Cerca de 60.000 personas trataban de sobrevivir en temperaturas de 50 grados, en el medio del desierto. Faltaba agua y comida.
Parto complicado
Taghri pronto supo que estaba embarazada pero se sentía diferente a otros embarazos.
"Sentía que estaba más grande, por eso sabía que había algo más". Un ultrasonido reveló que estaba esperando cuatrillizos.
Cuando se le pregunta cómo se sintió en ese momento, Taghri se ríe por un buen rato. "Fueron buenas noticias", dice pasado un rato.
La noticia también entusiasmó al personal médico del campo. "En toda mi vida nunca me había cruzado con cuatrillizos", indica la doctora Kasonga Cheride, la cirujana de Médicos Sin Fronteras (MSF) que cuidó a la familia.
A pesar de las duras condiciones, ser refugiada posiblemente salvó la vida de Taghri.
"Si no hubiésemos estado aquí para asistirlos, ella seguramente habría muerto y los niños también", dice Cheride. Dos de los bebés estaban mal ubicados y los médicos tuvieron que realizar una cesárea en el centro de atención de MSF en Bassikounou, a 17 kilómetros del campo.
Buen peso
Un embarazo múltiple siempre implica riesgos y requiere de cuidados adicionales. Un parto temprano por cesárea es una práctica común para evitar emergencias.
Los niños de Taghri nacieron en la semana 35, cinco semanas antes de lo previsto.
"La atmósfera era de alegría para todos. Era la primera vez que cualquiera de nosotros veía cuatrillizos, por lo que había mucha curiosidad... el mejor momento fue cuando tuvimos con nosotros a los cuatro bebés, todos sanos y en buen estado".
"No sentí dolor en absoluto", recuerda Taghri, quien recibió la anestesia epidural. En el parto nadie lloró, solo los bebés.
No hay duda de que los recién nacidos tienen un lugar especial en el corazón del equipo médico. Cheride recita de memoria toda la información vinculada a los bebés como si hubiese sido el único parto al que hubiera asistido.
Los cuatrillizos pesaron al nacer entre 1,8 y 2,45 kilos.
Manos y biberones
Massaya no estuvo en el parto, debido a su trabajo cuidando ovejas, pero llegó lo más pronto que pudo.
"Sentí una alegría inmensa. Estaba tan feliz, con esa felicidad que es difícil de expresar en palabras".
Taghri se las ingenió para amamantar a todos. "No fue muy difícil porque estoy acostumbrada, pero las enfermeras realmente ayudaron con algunos biberones".
Cheride dice que MSF ha hecho todo lo que ha podido para que los niños crezcan grandes y saludables.
"Obviamente son especiales y nuestra esperanza es verlos crecer. Eso nos daría una gran alegría".
Los tres niños y la niña tienen actualmente cuatro meses y su salud es buena.
Dos de ellos, según Massaya, Fatim y Oumar, son muy calmados. "Pero los otros dos, Ousmane y Aboubakrine, son muy traviesos, lloran mucho y solo se calman si alguien los carga en brazos".
Los otros seis hijos parecen felices con los bebés y los cargan con ellos. Taghri no está segura de sus edades. "Todo lo que sabemos es cuándo tuvimos al primero".
Trabajo
Luego de cuatro meses de cuidados especiales, la familia ha dejado el centro médico y ha regresado al campo de refugiados.
Es difícil. Los padres y sus 10 hijos viven en una calurosa y sofocante carpa.
"Alguien nos ayuda con los niños pero es muy complicado dormir por ahora", reconoce Taghri.
"Lo que ahora más podría ayudarnos es encontrar trabajo", dice Taghri. "Mi sueño sería abrir una tienda", cuenta esta mujer que solía trabajar como costurera pero ya no tiene ninguno de los instrumentos.
Massaya trabaja cuando puede pero esto también presenta sus problemas. "Cuando no estoy en el campo, no puedo solicitar las raciones de comida".
Por suerte no están solos en esto. "Tenemos muy buenos vecinos que cuidan de mi mujer y de mis hijos".
Pero el destino no parece promisorio. "No tengo mucha esperanza por el futuro de mis hijos. En este momento, realmente, no tengo nada, por eso no puedo tener muchas esperanzas", dice él.
Volver o no
La agencia para los refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), que administra el campo de Mbera, trata de cambiar esta suerte.
"No queremos refugiados que dependan de la ayuda", dice Elise Villechalane, vocera de la ACNUR para Mauritania.
"Estamos tratando de promover actividades que les generen un ingreso, como hornos industriales para hornear galletitas. También ofrecemos cursos vocacionales y les suministramos equipos como máquinas de tejer".
Solo uno de los niños de Massaya ha ido al colegio y Villechalane reconoce que muy pocos niños en el campo acceden a una educación. Solo el 40% están en el colegio primario, pero los planes son ampliar esto a una educación secundaria e incluso terciaria.
Un programa educativo ha sido diseñado para los refugiados de Mbera basado en el sistema de educación de Mali.
"Es importante porque eso significa que los están preparando para regresar a Mali", opina Villechalane. Sin embargo, las autoridades educativas de Mauritania han recomendado incluir dos asignaturas en árabe para dar a la oportunidad a los refugiados a integrarse en el país anfitrión, en caso de que quieran quedarse.
Aunque la llegada de refugiados se ha reducido a un mínimo, las continuas tensiones en el norte de Mali impiden que muchos de ellos emprendan el camino de regreso.
Massaya no se imagina volviendo en este momento.
"Tenemos que aceptar que estamos viviendo en un campo de refugiados y que somos refugiados, y seguir adelante".
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