Hablemos acerca de Jesús, nuestro Dios, nuestro poderoso Señor, quien vivió, murió, resucitó y hoy está a la diestra del Padre.
Jesús entrando al mundo
¡El Hombre que está a la diestra de Dios, quien me amó y murió por mí, ahora vive para mí!
Él fue la respuesta de Dios al grito universal de la humanidad.
Él fue Dios manifestado a nuestros sentidos.
Él fue una intrusión en el reino de los sentidos.
Él habló como Dios. Él actuó como Dios. Él vivió como Dios, y en la cruz Él murió como Dios.
Él no era un filósofo en busca de la verdad. Él era la verdad.
Él no era un místico. Él era la realidad.
Él no era un experimentador en busca de la realidad.
Él no era un reformador. Él era el Recreador.
Él no era un visionario. Él era la Luz del mundo.
Él nunca reflexionó.
Él nunca razonó.
Él sabía. Él nunca aprendió.
Él nunca pidió oraciones por Sí mismo.
Él nunca buscó la ayuda del hombre.
Él nunca tuvo prisa.
Él nunca tuvo miedo.
Él nunca mostró debilidad.
Él nunca dudó.
Él siempre estaba listo.
Él estaba seguro. Había una seguridad en todo lo que Él hizo o dijo.
Él no tenía ningún sentido de pecado o necesidad de perdón.
Él nunca buscó o necesitó consejo.
Él sabía por qué vino.
Él sabía de dónde había venido.
Él sabía quién era.
Él conocía al Padre.
Él sabía sobre el cielo.
Él sabía a dónde iba.
Él conocía al hombre.
Él conocía a Satanás.
Él no tenía sentido de la falta.
Él no tenía sentido de las limitaciones.
Del arresto a la cruz
Él no tenía sentido del miedo.
No tenía ira, ni sensación de engaño, ni sensación de ser derrotado o desamparado.
No tenía sentido de la necesidad de simpatía humana.
Él no se encogió de dolor o por el trato brutal.
Él fue el amo cuando lo arrestaron.
Él era el amo en el juicio.
Él gobernó lo visible y lo invisible mientras estaba en la cruz.
Él era todopoderoso, aunque era un hombre.
Él murió como Dios.
Después de la Resurrección
Él no tenía sentido de venganza. Él era amor
Él fue una revelación de un nuevo tipo de amor.
No hubo en él dramatismos. Él dijo: "Ve y dile a Pedro, el más débil".
Él murió como un Cordero. Él se levantó como Señor.
Él actuó como Dios.
Él habló como Dios.
Su resurrección tuvo toda la simplicidad de Dios.
Él era Dios
Tomado del libro "En Su Presencia" de E. W. Kenyon
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